ATE A FIN
SANTIAGO
AMES
NEGREIRA
DUMBRÍA
CEE
CORCUBIÓN
FISTERRA
Todos tenemos en algún momento de nuestra vida la sensación de que caminamos en círculos. De repente nos damos cuenta de que estamos irremediablemente liados en las redes de la rutina diaria. En nuestra cabeza, con una claridad estrepitosa, empieza a aflorar la idea de que la vida es algo más que la imagen de nosotros mismos diligentemente formalizada con bienes materiales. De repente surge el deseo de salir del camino habitual y mirar a la vuelta de una esquina desconocida.
Alguien te cuenta que existe un CAMINO DE SANTIAGO. Un mes de caminata bajo la lluvia y el viento parece una completa locura, pero compras una mochila y botas y te pones en camino. Sin darte cuenta, crees que al final de este camino te espera algún tipo de codiciada recompensa. Algún tipo de puerta a lo desconocido tras la que todo es nuevo, la puerta tras la que se esconden las respuestas a todas las preguntas más dolorosas y, lo más importante, algo que te liberará de tu predecible rutina.
El peregrinaje hacia el Finis Terrae es un fenómeno que se remonta a épocas muy anteriores al cristianismo, fruto de una tradición milenaria de caminar hacia el oeste siguiendo el curso del sol, para descubrir los límites del mundo conocido y el lugar donde el astro rey, en su declive, era engullido a diario por el océano.
En toda la costa existían miradores o lugares mágicos donde los sacerdotes del neolítico observaban el nacimiento y el ocaso del sol, culto o adoración que persistió bajo la cultura celta. Mucho más tarde la Iglesia, en su campaña para cristianizar esta tierra hostil, adaptó dichos ritos ancestrales incorporándolos al relato jacobeo mediante un hábil mecanismo de sincretismo religioso, convirtiendo aquellos lugares mágicos en lugares santos.
Ya fuese por motivos de fe, o en cumplimiento de una antiquísima tradición pagana, lo cierto es que durante la Edad Media muchos viajeros llegados a Compostela continuaban su camino hasta Muxía y el Cabo de Fisterra. Diferentes ilustres narraron en sus diarios la peregrinación a Fisterra: el caballero húngaro Jorge Grisaphan (1355), el gascón Nompar de Caumont (1417), el noble checo León de Rosmithal (1465)... Al parecer, los santos y advocaciones de Fisterra y Muxía recogían tanto fervor popular que, en el siglo XVI, el licenciado Molina escribía, en referencia al Santo Cristo de Fisterra: “acuden a él más romeros que vienen al Apóstol”.
En la década de 1990, este recorrido fue documentado y recuperado como Camino de Santiago por la Asociación Gallega de Amigos del Camino de Santiago y, acto seguido, fue reconocido por la Xunta de Galicia en la red de caminos oficiales. A partir de la entrada del siglo XXI, su popularidad creció exponencialmente, por ser un complemento o “colofón perfecto” después de llegar a Compostela por cualquiera de las otras rutas jacobeas.
El protagonista de nuestra historia cruza el límite del mundo real y entra en el mundo de la magia. Conoce a una bruja o Meiga, como las llaman en Galicia, que actúa como una especie de guía para el protagonista. A lo largo del viaje, adquiere nuevas cualidades que le permiten transformarse al abandonar el mundo mágico y volver a su vida normal.
En Galicia, las tradiciones populares viven en nuestros pueblos como en ningún otro lugar. Todo el mundo recuerda los cuentos de hadas transmitidos por madres y abuelas. Para nosotros, toda la naturaleza que nos rodea está viva y puede oírnos y vernos. Nuestros bosques y montañas están encantados. Quizás en tu viaje te encuentres con una Meiga que te mostrará el camino a través de esta tierra mágica, donde todos tus deseos más preciados pueden hacerse realidad.
Fisterrana y Muxiana: Los Certificados
Como la “Compostelana” es un documento que certifica que los peregrinos han hecho la ruta a Santiago, la “Fisterrana” y la “Muxiana” son los certificados de haber peregrinado a los lugares del Fin. Para obtener los documentos es preciso acudir al ayuntamiento de Muxía y a la oficina de turismo de Fisterra, presentando las credenciales del peregrino selladas durante el camino a estos lugares.
Muxiana Certificado: Ayuntamiento de Muxía,
Calle Real, 35. Muxia.
Tlf: 981 742 001
Fisterrana Certificado: Oficina de Turismo,
Plaza de la Constitución, 21. Fisterra.
Tlf: 627 239 731
Parecía que el camino terminaba, pero realmente empezaba. Me sentí seducido por la belleza de la calle de Hortas que me llevó por lugares como la Carballeira de San Lourenzo hasta el río Sarela, hermoso afluente del Sar. Tenía que seguir, no podía mirar atrás. Necesitaba respuestas... y las encontré.
Salí de Santiago hacia el ayuntamiento de Ames, hice caso de las indicaciones que me había dado la meiga: “confía en mí”, me dijo, y así lo hice.
Pasé por el núcleo de Augapesada, también conocido como Rego dos Pasos. El ovillo marcaba mi camino. Un recorrido que me hacía subir a la cumbre de Mar de Ovellas para recibir el premio de las vistas sobre el Val da Maía. Y la bajada tambien tenía un premio: Ponte Maceira.
Entré en el ayuntamiento de Negreira a través de Ponte Maceira, uno de los pueblos más hermosos de España, coronado por un puente construído en el siglo XIII. “Coje el blanco y tira el quemado” sonaba en mi interior.
Decidí continuar y entré en Negreira, una villa de origen medieval en la que pude ver el Pazo de Cotón (s. XIV). Saliendo, visité la iglesia de San Xián de Negreira y fui recorriendo tramos que coinciden con el antiguo Camino Real a Fisterra. ¿Será ese mi objetivo final?
En el medio del camino me encuentro con una hermosa frontera natural: el río Xallas, divide los ayuntamientos de Mazaricos y Dumbría.
Cruzo el río por Puente Olveira, puerta de entrada a Dumbría. Continúo hasta la hermosa parroquia de Olveiroa que aún conserva vesitigios medievales. Mi recorrido sigue por el cruceiro do Marco do Couto, donde está la escultura del Vákner. Me siento protegido. Sigo caminando y ya empiezo a sentir la presencia del mar.
Sigo los consejos de la meiga y el recorrido me lleva al alto de San Pedro Mártir, me dejo llevar hasta llegar a uno de los grandes premios del Camino: el mar.
Desde el cruceiro de la Armada puedo ver la Ría de Corcubión, el Cabo Fisterra, los castillos de Corcubión y Ameixenda. La vista es impagable. Continúo bajando por el centro del pueblo, una villa que me ofrece todo lo que preciso. Entretenimiento, descanso y buena comida.
Ahora el mar va a ser mi acompañante. Lo dejo a mano izquierda por el paseo marítimo de Corcubión, sobrevuelo la bellísima villa de San Marcos, a vista de pájaro puedo contemplar la capilla declarada Bien de Interés Cultural.
El pazo de los Condes de Traba y de los Altamira, el Castillo del Cardenal... un regalo para los ojos. Asciendo al alto de San Pedro de Redonda que me invita a bajar e iniciar el vuelo hasta el ayuntamiento de Fisterra.
Fisterra, donde el sol sucumbe al ocaso. ¿Es posible que, ahora sí, esté llegando al final del camino? Se cuenta que,
ya en el siglo XII, había documentos que citaban la llegada de peregrinos a este confín apartado.
Fisterra, villa marinera, de mar abierto y mar abrigado. Crisol de culturas, de caminantes que terminaron el camino y no retornaron, decidieron quedarse y construir una nueva vida. O como en mi caso, volver a nacer y reconstruir mi vida de nuevo.